Quizás hasta ahora el personaje de María Remedios había quedado oscurecido y arrumbado ante el derroche de facultades ejercido por doña Perfecta. Pero es en este momento -capítulo XXVI, "María Remedios"- cuando el narrador de la historia va adquiriendo su dominio absoluto sobre los personajes y el pasaje en el que descubrimos quién es esta señora y qué se puede proponer (p. 298 y ss.), su complejo de inferioridad ante su señora -"una especie de capitis diminutio" (p. 300)-, que hace que tenga unos sueños personificados en su idolatrado hijo Jacintito, con un matrimonio con Rosarito. Pero hay alguien que se interpone en esas delusions of grandeur y que no es otro que Pepe Rey. Incluso el canónigo se lo recordará (p. 303):
"En resumen, hija mía: por más vueltas que le des, el señor don Pepe Rey se lleva la niña. Ya no es posible evitarlo. Él está dispuesto a emplear todos los medios, incluso la deshonra. Si la Rosarito...¡cómo nos engañaba con aquella carita circusnpecta y aquellos ojos celestiales! ¿eh?...si la Rosarito, digo, no le quisiera...vamos...todo podría arreglarse; pero, ¡ay!, le ama como ama el pecador al demonio; está abrasada en criminal fuego; cayó, sobrina mía, cayó en la infernal trampa libidinosa."
Por cierto, que antes convendría revisar eso de los palos y el rascar que dice el canónigo (p. 303), así como su conversación con María Remedios, en la que reconoce, para tristeza y desconsuelo de la madre de Jacintito, que no hay nada que hacer...
Portada de la edición de La Guirnalda, 1876. |
Dicha plática continúa en el siguiente capítulo -XXVII, "El tormento de un canónigo"-, donde María Remedios apela al sentimiento y a la lágrima con don Inocencio, ponderando de manera exagerada las muchas virtudes que adornan a su hijo. Cualquier cosa es poco para él (¡si Ramón Villaamil levantara la cabeza!); nunca saldrán de la pobreza. Su furia (p. 307 y ss.) amilana al pobre don Inocencio, quien ve hasta qué punto es capaz de llegar su sobrina (p. 311). Son unas páginas terribles, en las que el canónigo delega cualquier acción (el famoso "susto") en la decisión de doña Perfecta y la fuerza bruta de Caballuco, aunque de un modo algo sibilino (p. 312): "Si doña Perfecta quiere hacerlo". Entonces aparece en escena el centauro de Orbajosa, a quien María Remedios no duda en tratar de acercar a sus planteamientos (p. 315)...y ganarlo (p. 316). Mientras tanto, don Inocencio (p. 316): "Yo me lavo las manos". La noche va a ser larga.
El capítulo XXVIII es un interludio epistolar de tres cartas en el que Pepe relata a su padre los acontecimientos. Así, nos acercamos a su evolución y transformación desde su llegada a Orbajosa, a su ira y a su amor desesperado hacia Rosario. Reconoce los problemas y los peligros a los que se enfrenta, al tiempo que podemos columbrar cierta inquietud en su tono...En la segunda de las misivas ya encontramos un tono más beligerante hacia las costumbres del lugar (p. 321), así como alusiones a las cartas que su padre le envía. Finalmente, en la última anuncia su propósito de regresar junto a su padre (p. 323).
A partir de este momento se sucederán las cartas y las notas, en una narración algo fragmentaria, propiciada por los acontecimientos. El capítulo XXIX es una breve nota de Pepe a Rosario, pidiéndole poder verse esa noche. El XXX -"El ojeo"- principia con la conversación entre Remedios y Caballuco y la insistencia de la primera para que el segundo actúe sobre Pepe. Sorprenden a nuestro ingeniero y a Rosario en la huerta, y la sobrina de don Inocencio corre a contárselo a doña Perfecta, mientras Caballuco se esconde esperando órdenes...
En el capítulo XXXI -"Doña Perfecta"- asistimos a un remanso dentro del desbocado (y fragmentario) ritmo de los últimos momentos. Se realiza un retrato completo de la protagonista de la novela (p. 328 y ss.), que trata de explicar el porqué de algunas de sus decisiones y conductas. Desde el punto de vista del desarrollo de la acción se sitúa unos instantes antes de que Rosario se dirija al jardín: justo cuando le anuncia a su madre que se marcha con Pepe. Esa confesión supondrá su condena (p. 333): "Ya tú te has condenado, basta. Obedéceme y te perdonaré...". Pero además porque le revelará a su madre que esa noche -en la que nos situábamos antes, con Caballuco agazapado esperando instrucciones- había vuelto a quedar. Incluso pide (p. 333) a su madre que la salve de esta situación. Su confesión es, desde el punto de vista simbólico, el comienzo del final de Pepe, pues doña Perfecta vence la resistencia de su hija. Ella, la señora, ordena a Caballuco matar a Pepe (p. 335).
La edición de Austral, que es la que nos ha acompañado estos días |
Solo nos queda ver cómo se explica el final. Para ello tenemos el capítulo XXXII ("Final"), que es una carta de don Cayetano a un amigo de Madrid en la que se relata de una manera poco fiel a la realidad lo sucedido. Supone también la victoria en la muerte de doña Perfecta, pues su versión es la que se queda. Según esta, Pepe Rey se habría suicidado (p. 338). También se tergiversa la lucha entre los soldados y los abnegados y bravos campesinos de Orbajosa (p. 339), así como el desvarío y la enfermedad de Rosario. La nota divertida la pone el propio Cayetano (p. 340): "Es triste, tristísimo, que entre tantos yo sea el único que ha logrado escapar conservando mi juicio sano y entero, y totalmente libre de ese funesto mal". Luego sabremos que Rosario ha terminado en un manicomio, que Caballuco ha derrotado al brigadier Batalla y que Jacintito, por fin, va a encontrar un buen puesto en Madrid (p. 343). Por último, el capítulo XXXIII (p. 344): "Esto se acabó. Es cuanto por ahora podemos decir de las personas que parecen buenas y no lo son". El apéndice con los tres finales queda para otra ocasión. Las notas están en los apuntes, con los temas de la novela. Vale.
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