El capítulo XXI -"Desperta, ferro", o sea "despierta, hierro"- comienza con la introducción de pasajes de la prensa de la época advirtiendo de los rumores sobre movimientos y levantamientos en los alrededores de Orbajosa, aunque se asegura que la situación está calmada y que no es como en otras ocasiones. Quien sí que tiene más relevancia es Cristóbal Ramos, Caballuco, a quien prácticamente habíamos dejado olvidado hace ya un tiempo. Será ahora doña Perfecta la que se encargue de caldear los ánimos, en una estrategia que busca echar a su querido sobrino de allí. La docilidad y mansedumbre del centauro hacia su señora podrían merecer algún análisis psicoanalítico, pero no es el momento. Lo que nos interesa es ver cómo Caballuco y sus acólitos (Pasolargo, Frasquito y Vejarruco) juran lealtad a su señora (p. 263): "Orbajosa entera se pondría sobre un pie para defender a la señora". Total, que uno de los presentes en esa conspiración, suelta lo siguiente (p. 263): "Maldita sea mi casta -dijo el tío Lucas, dándose un puñetazo en la rodilla-, si todos estos gatuperios no son obras del mismísimo sobrino de la señora". Por supuesto, la táctica de la señora consiste en defender a Pepe, aunque bien sabemos que no es esa su intención, como veremos más adelante. El capítulo termina con una filípica de Caballuco, quien se deja de remilgos -(p. 267): "[...] basta de ritólicas, basta de mete y saca de palabrejas y sermoncillos al revés y pincha por aquí y pellizca por allá"- y decide pasar a la acción. Mientras tanto, un tal don Inocencio necesita calmar el ardor que le ha producido su participación en el "levantamiento" de Caballuco (p. 268).
Algo va a pasar... |
Doña Perfecta es quien realmente mueve todos los hilos, como vemos en el capítulo XXII ("¡Desperta!"), pero el taimado don Inocencio, con sus gafas caídas y su mirada escrutadora no se le queda a la zaga. Digo no pero quiero decir sí, es lo que parece querer contarle a su señora (p. 271): "Yo sé que Orbajosa lo desea; sé que le bendecirán todos los habitantes de esta noble ciudad; sé que vamos a tener aquí hazañas dignas de pasar a la historia; pero, sin embargo, permítaseme un discreto silencio". Es decir, sabe lo que va a pasar el muy sibilino, y lo aprueba, aunque no pueda expresarlo, so pena de traicionar parte de su fe y su "neutralidad". Es uno de los elementos coadyuvantes, con su silencio y también con sus comentarios, en el levantamiento que se está gestando y en el señalamiento de Pepe como gran enemigo del pueblo. De hecho, realiza una arenga (p. 273), mezcla de patriotismo barato y épica tergiversada: "En cuanto a vosotros, hijos míos, no esperéis que os diga una palabra sobre el paso que seguramente vais a dar. Sé que sois buenos; sé que vuestra determinación generosa y el noble fin que os guía lavan toda mancha pecaminosa ocasionada por el derramamiento de sangre; sé que Dios os bendice...". La manera en la que Galdós cierra el capítulo tras el éxtasis épico de don Inocencio y sus muchachos muestra bien a las claras el marbete de "novela de tesis" con el que suele estar asociada esta obra.
En el capítulo XXIII ("Misterio") doña Perfecta descubre el ardid de Pepe con Librada. La pobre criada, triste, cuitada y bastante asustada, confesará su participación ante las perquisición llevada a cabo por la garante del buen orden y la moral (o sea, la tía). El narrador hará una breve síntesis del plan que habían urdido Pepe y Pinzón (p. 279-280). El descubrimiento de esta trama llenará de angustia el corazón de doña Perfecta, quien ideará un brutal contraataque junto con su particular consejero espiritual, don Inocencio. El misterio al que alude el título se refiere a la última frase, pronunciada por el penitenciario (p. 281): "El mío es pequeñito..., pero ya veremos". Se refiere a su corazón, huelga decirlo.
"La confesión" (capítulo XXIV) nos permite asistir a un monólogo de la triste y desnortada Rosario, quien no duda en afirmar que aborrece a su madre (p. 283), en medio de un confuso sueño próximo al delirio (¡cuántas veces habrá empleado este recurso don Benito!). Para evitar esas imágenes y sueños intranquilos, la pobre Rosario se levanta, en medio de la noche, unas personas se hallan en conspiración: Caballuco, don Inocencio, doña Perfecta y las otras fuerzas vivas del pueblo... Algo se prepara y como diría un personaje shakespiriano, "So foul a sky clears not without a storm". Pero, un momento, unas manos misteriosas llevan a la joven de vuelta a su pieza (p. 285)...
Terminamos esta entrega con el último capítulo de hoy, el XXV ("Sucesos imprevistos.-Pasajero desconcierto"), en el que Jacintito se suma a la fiesta, difundiendo rumores sobre Pepe y el brigadier Batalla (p. 288). Su madre, doña Remedios, tiene una feliz idea: darle un "susto" a Pepe esa noche (p. 289): "Nada más que un susto, señora; atienda usted bien a lo que digo, un susto. Pues qué, ¿había yo de aconsejar un crimen...? ¡Jesús, Padre y Redentor mío! Sólo la idea me llena de horror, y parece que veo señales de sangre y fuego delante de mis ojos. Nada de eso, señora mía...". De este personaje de la madre de Jacintito no habíamos tenido apenas noticias: viste siempre de negro, es algo pusilánime y parece no albergar ninguna idea buena, además de mostrar una total sumisión a doña Perfecta. No duda en señalar a Pepe como el culpable de todos los males que afligen al pueblo y sabe tocar la fibra sensible de su señora, sugiriéndole que puede "perder" a su hija. Como vemos, se convierte en "auriga" de la situación. Pero será doña Perfecta la que lleve al extremo la lucha en el pueblo, al convertirlo todo en una "cuestión de moros y cristianos" (p. 293), cual si de la Reconquista se tratara. Al mismo tiempo, el devenir de los acontecimientos relativos a los diversos alzamientos y algaradas propiciados por Caballuco y sus muchachos, convierten al primero en una suerte de héroe de Orbajosa, que escapa siempre de los soldados (p. 295-296), aunque ello no resulte muy complicado, a tenor del comentario del último párrafo del capítulo (p. 297).
El próximo día resolvemos los últimos flecos.
En el capítulo XXIII ("Misterio") doña Perfecta descubre el ardid de Pepe con Librada. La pobre criada, triste, cuitada y bastante asustada, confesará su participación ante las perquisición llevada a cabo por la garante del buen orden y la moral (o sea, la tía). El narrador hará una breve síntesis del plan que habían urdido Pepe y Pinzón (p. 279-280). El descubrimiento de esta trama llenará de angustia el corazón de doña Perfecta, quien ideará un brutal contraataque junto con su particular consejero espiritual, don Inocencio. El misterio al que alude el título se refiere a la última frase, pronunciada por el penitenciario (p. 281): "El mío es pequeñito..., pero ya veremos". Se refiere a su corazón, huelga decirlo.
"La confesión" (capítulo XXIV) nos permite asistir a un monólogo de la triste y desnortada Rosario, quien no duda en afirmar que aborrece a su madre (p. 283), en medio de un confuso sueño próximo al delirio (¡cuántas veces habrá empleado este recurso don Benito!). Para evitar esas imágenes y sueños intranquilos, la pobre Rosario se levanta, en medio de la noche, unas personas se hallan en conspiración: Caballuco, don Inocencio, doña Perfecta y las otras fuerzas vivas del pueblo... Algo se prepara y como diría un personaje shakespiriano, "So foul a sky clears not without a storm". Pero, un momento, unas manos misteriosas llevan a la joven de vuelta a su pieza (p. 285)...
Terminamos esta entrega con el último capítulo de hoy, el XXV ("Sucesos imprevistos.-Pasajero desconcierto"), en el que Jacintito se suma a la fiesta, difundiendo rumores sobre Pepe y el brigadier Batalla (p. 288). Su madre, doña Remedios, tiene una feliz idea: darle un "susto" a Pepe esa noche (p. 289): "Nada más que un susto, señora; atienda usted bien a lo que digo, un susto. Pues qué, ¿había yo de aconsejar un crimen...? ¡Jesús, Padre y Redentor mío! Sólo la idea me llena de horror, y parece que veo señales de sangre y fuego delante de mis ojos. Nada de eso, señora mía...". De este personaje de la madre de Jacintito no habíamos tenido apenas noticias: viste siempre de negro, es algo pusilánime y parece no albergar ninguna idea buena, además de mostrar una total sumisión a doña Perfecta. No duda en señalar a Pepe como el culpable de todos los males que afligen al pueblo y sabe tocar la fibra sensible de su señora, sugiriéndole que puede "perder" a su hija. Como vemos, se convierte en "auriga" de la situación. Pero será doña Perfecta la que lleve al extremo la lucha en el pueblo, al convertirlo todo en una "cuestión de moros y cristianos" (p. 293), cual si de la Reconquista se tratara. Al mismo tiempo, el devenir de los acontecimientos relativos a los diversos alzamientos y algaradas propiciados por Caballuco y sus muchachos, convierten al primero en una suerte de héroe de Orbajosa, que escapa siempre de los soldados (p. 295-296), aunque ello no resulte muy complicado, a tenor del comentario del último párrafo del capítulo (p. 297).
El próximo día resolvemos los últimos flecos.
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