jueves, 6 de diciembre de 2012

El sargento negro: desde la última vuelta del camino de John Ford

    En 1960 John Ford se encontraba al final de su carrera cinematográfica, tras más de cuarenta años dedicado al cine. En sus últimas películas es posible detectar la melancolía y desengaño del viejo maestro que va dejando el oficio, desencantado, pero mordaz e irónico en la mayoría de las ocasiones. Sus últimas obras muestran un ritmo más lento, cercano al melodrama, pero cada vez más emocionante y auténtico. Además, era cada vez más sensible a la realidad histórica y social de su país - EE. UU. -, y las preocupaciones del momento (racismo, integración de minorías étnicas, lucha por los derechos civiles) eran, en ese tiempo, de suma importancia. Tampoco era ajeno a las innovaciones formales del cine de los sesenta, aunque esa es otra historia de la que algún día nos ocuparemos.
     Es en este contexto, cuando Ford rueda algunas de obras más reflexivas y directas. Tal es el caso de El sargento negro (Sergeant Rutledge, 1960), una suerte de western dramático y judicial, narrado mediante flashbacks y que ofrece la sabia y equilibrada mezcla de drama y humor (por ejemplo, en uno de los recesos del juicio, los jueces y fiscales juegan a las cartas; en otro, el testigo es...la mujer del juez, ante la incredulidad de este y el recochineo de sus colegas...) tan característica de Ford. Quizás el ritmo no sea trepidante con respecto a otras obras de Ford, pero logra mantener la tensión durante un juicio. Los escenarios oscilan entre los parajes del Monument Valley tan queridos de Ford y el intimismo de la sala del juicio, en la que a veces solo se ilumina la silla del testigo de turno. Además, las escenas de acción imbricadas durante el testimonio de los personajes ayudan a mantener un equilibrio justo entre el ritmo pausado del juicio y el trepidante de las escenas de lucha contra los indios.
       Pero más allá de estos aspectos técnicos está una historia de lealtad, orgullo y dignidad, protagonizada por Woody Strode, una de las primeras estrellas de color de Hollywood. Formó parte de la célebre The John Ford Stock company, un grupo de actores que solían aparecer en todas las películas del director de origen irlandés y su imponente físico - fue un destacado jugador de rugby universitario - le llevó a papeles de duro, en los que desplegaba su fuerza y su rostro pétreo (Espartaco, Shalako, Los profesionales...). Fue leal también en su vida real a John Ford (fue una de las personas que más acompañó al viejo director en sus últimos años) y  se convirtió en un habitual del cine de los sesenta, en películas como Los profesionales, Espartaco, El hombre que mató a Liberty Valance (cómo no recordar al viejo y fiel Pompey que vigilaba las espaldas a Wayne-Doniphon), e incluso apareció en varios de los más exitosos "spaghetti westerns" (Hasta que llegó su hora, Keoma o Shalako).


 La lucha a muerte con Kirk Douglas en Espartaco
     
    Se trata, en definitiva, de una de las primeras mitificaciones de un personaje de color, un héroe imponente y sin mácula, ejemplo para los otros soldados negros y modelo de integración en la nueva sociedad norteamericana. Quizás no sea una de las obras más recordadas de Ford, pero de ahí a considerarla menor, como ha hecho cierta crítica, hay demasiado (como afirma Alfredo Moreno, "qué decir del noventa por ciento del resto de los cineastas, entonces").
    Este jueves, a eso de las diez y media de la noche, en la 1 de RTVE tienes la ocasión de ver esta fantástica película, así que no te la pierdas (Huelga decir que esperamos la reseña para publicarla más adelante). 

Post scriptum:
Después de bastantes años sin verla, el reencuentro ha sido afortunado. Tiene mucho más humor del que recordábamos, el duelo dialéctico entre el fiscal y el abogado defensor es memorable, y la encantadora mujer del juez del Consejo de Guerra (Cordelia Fosgate) aporta un toque de candidez excelente. El "agua" que pide Otis Fosgate al teniente Mulqueen también es uno de los elementos que crean un ambiente divertido, dentro de la solemnidad y rigor con el que se desarrolla el Consejo de Guerra. Por cierto, este último personaje está sublime: tiene una comicidad muy gestual y sigue la estela de esos borrachines tan queridos de Ford.
       Por otro lado, la historia posee una serie de momentos francamente emocionantes, como la muerte del cabo Moffatt tras una escaramuza con los apaches y la posterior decisión del sargento Rutledge de huir, o los cantos de los soldados "Captain Buffalo", dedicados a infundir valor mientras los indios acechan por la noche...Eso es John Ford: la emoción. Además, hay que destacar la valentía de este director al tratar ciertos temas - racismo, lucha por los derechos civiles ("Muy bonito lo que dijo el señor Lincoln de que éramos libres, pero no es cierto") - que, vistos con la perspectiva  que da el tiempo, ofrecen unas preocupaciones sociales avant la lettre. La atmósfera de terror del principio, en el apeadero de Spindle, posee la fuerza y el ambiente de las mejores películas de terror y la mano de Rutledge sujetando a la señorita Beecher nos recuerda a la del presidiario huido de Cadenas rotas, de David Lean. Hay que fijarse en la crítica a la concepción de la justicia como un espectáculo, que censurará el presidente del tribunal cuando mande desalojar airadamente la sala; en las dificultades para aceptar a las personas de color, como cuando su señora, en calidad de testigo, omite entre titubeos la palabra "negro" para referirse al acusado.
      No hemos de olvidar tampoco esos pequeños detalles que hacen de Ford y de esta película una obra maestra (una más): las alegres comadres que se sitúan en las primeras filas para asistir al juicio, el detalle del manual de los Consejos de Guerra, el recordatorio de la dentadura por parte de Cordelia a su marido tras el receso....Son tantos los elementos reconocibles del cine de Ford y tan queridos que esta es, sin duda, una de sus más grandes películas. Homérico, como diría el gran Michaeleen Flynn de El hombre tranquilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario