"Los corredores nocturnos estaban fuera, como de costumbre. A pesar de la pálida luz, el joven podía ver sus figuras tenues en la pista corriendo lentamente, vuelta tras vuelta, la ruta más infinita de todas. Habría, lo sabía bien, mujeres rollizas de aspecto decidido avanzando pesadamente mientras sus rodillas carnosas temblaban. De tanto en tanto se retirarían con ímpetu mechones de pelo húmedo de los ojos y soñarían con ciertos maestros de ceremonias, crueles y sonrientes: bikinis, inauguraciones y cosas por el estilo. Y también, por supuesto, con partidos de tenis con hombres musculosos de dientes blancos y con tangos salvajes a la luz de la luna.
Habría también hombres en edades y estados de deterioro muy diversos, tal vez pulverizando sus fantasías más secretas (¿acaso a medida que completaban cuartos de vuelta de noventa segundos se imaginaban a sí mismos como un Peter Snell en ciernes, únicamente frenados por la grasa o el miedo?)."
El corredor, de John L. Parker. Capitán Swing, 2016, página 11.
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