viernes, 13 de diciembre de 2013

Otoño ruso (II)

     Decíamos el otro día que los usos y costumbres de una parte de la sociedad turolense son otro de los temas que desarrolla la novela. Así, el círculo de amistades de Matilde, la esposa de Bernardo resulta cuando menos una más que lograda aproximación hacia una serie de tipos y personajes con los que nos podríamos topar en cualquier momento en alguna de las múltiples cafeterías o terrazas del barrio del Ensanche. Todas sus amigas muestran un perfil social muy marcado, son conservadoras y bastante chismosas. Su presentación y descripción reflejan la cotidianidad de un grupo de mujeres que no tiene más entretenimiento que "despellejar" a conocidos o camandulear sobre algún asunto que hayan oído. Con estos personajes podemos ver fragmentos humorísticos y divertidos, que hacen de una intrascendente conversación en un café un revelador análisis psicológico de varias de estas mujeres.
 
Ilustración de J. C. Navarro para el capítulo 6
    En la novela también está presente la crítica hacia la evolución urbanística de Teruel, en un progreso que en los últimos tiempos (no de manera exclusiva, pero sí más atenuada) que ha ido olvidando sus raíces y sus características propias, para convertirse en una ciudad que va perdiendo su continuidad con el pasado; así, en el capítulo 4 asistimos a la conversación que con un deje nostálgico mantienen varias de las amigas de Matilde en torno a la tala de unos árboles y su sustitución por cemento ("Nos están quitando los paisajes", dirá una de las contertulias) y, ya en el siguiente capítulo leemos "[...] con el principio del Ensanche, una zona que en los años 30 quiso expandirse con mansiones de recreo pero pronto le fueron creciendo pisos de edificios". Y, por supuesto, la remodelación de la plaza del Torico, que tendrá su importancia narrativa más adelante. Estos dos últimos capítulos -4 y 5- sirven también para presentar lo que podríamos denominar "tipos" o parte del "paisanaje" de la ciudad de Teruel, es decir, personajes que responden a un estereotipo, pero ante los que el narrador no cae en el tipismo ni en la mera descripción arquetípica.
       Sin embargo, lo que más nos gusta es la descripción de la relación entre Bernardo y Tatiana, que se irá desarrollando conforme avancen los capítulos. En numerosas ocasiones, el azorado funcionario del Ministerio de Fomento va interesándose cada vez más por Tatiana y su familia, al punto de llegar a realizar una "inmersión cultural" rusa en toda regla, pues Dostoievski se convierte en su lectura favorita y no deja de escuchar a los compositores rusos clásicos. Paralelamente, su mujer va creciendo como personaje y va siendo perfilada con una mayor profundidad y riqueza psicológicas, lo que nos permitirá asistir también a sus celos y miedos, en escenas que ya habíamos visto en Una flor de hierro con el personaje de Guillermina.
      Mientras tanto no hay que perder ojo a Mijáil, el marido de Tatiana, que no es el mismo desde que asistiera al desplome de una pared en la obra en la que trabajaba. Se trata de una de las mejores creaciones de Castellote, un individuo -el ruso, se entiende- que trata de expiar sus culpas por un asunto del pasado relativo a su otro hijo y que se encuentra absolutamente desnortado, con serios problemas para comprender su situación y su lugar en el mundo. Siguiéndolo vemos también otro de los temas habituales de la narrativa de nuestro autor, que es la pérdida o ausencia de las utopías e ideales, reflejada en el nuevo trabajo de Mijáil en una granja de gallinas. Lo único que puede redimir al marido de Tatiana es su dedicación al trabajo y su silencio, como hace Rodión, aunque este último no se sienta ni sea culpable de nada.
   Seguimos mañana, que al pobre Kólia nos lo hemos dejado por ahí...
      

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