jueves, 24 de octubre de 2013

Una verdad delicada, de John Le Carré

        Hacía ya tiempo que esperábamos la nueva novela de John Le Carré y a estas alturas uno no sabe muy bien si la espera ha merecido la pena o tal vez a la novela -A Delicate Truth o Una verdad delicada, que es como se ha traducido- le falte algo de cocción, como si no terminara de estar hecha y se tratase de una pequeña muestra de lo que el autor de la celebrada "trilogía de Karla" es capaz de hacer. Podríamos pensar que tras más de trescientas páginas esto es una boutade, pero tratándose de Le Carré -y habiendo leído prácticamente todo de él- uno se queda con ganas de más y tiene la sensación de que esta vez la novela, pese a contener los elementos tradicionales de Le Carré y su estilo y toque, resulta escasa.

    Algún crítico señaló ya hace tiempo que, desde que terminó la Guerra Fría, Le Carré es como una especie de escritor antisistema, rabioso e iracundo hacia cualquier nueva forma de opresión o ante los abusos de los gobiernos. Y, en ese sentido, no se anda desencaminado, ya que el creador del genial Smiley le ha dado cera a prácticamente todos los males que nos afligen: desde las multinacionales farmacéuticas (El jardinero fiel), el terrorismo internacional (El hombre más buscado), pasando por el blanqueo de capitales (Un traidor como los nuestros) o la explotación y los desafueros occidentales en África (La canción de los misioneros). Ahora, además, sitúa el inicio de la acción en Gibraltar, en 2008, en medio de una de esas operaciones secretas -Fauna- que no salen todo lo bien que se habían planeado.
    La distinción entre buenos y malos de gran parte de su novelística estaba más o menos clara, pero esas diferencias han desaparecido y resultan, en las últimas novelas, más problemáticas. Realmente, no importan tanto los bandos que entran en conflicto como la reflexión que se hace sobre la falsedad y las mentiras de unos personajes moralmente complejos -menos quizás en esta novela que en otras, pues Toby Bell, su protagonista, no llega a la complejidad de otros personajes de Le Carré- y que no siempre actúan siguiendo un patrón ideológico o una motivación económica. En este sentido, el contraste entre los tejemanejes políticos y del entramado empresarial con respecto al idealismo de Bell descritos en la novela resulta nítido y algo maniqueo. Fergus Quinn aparece como un símbolo de los nuevos tiempos, un político con amplios y no muy claros vínculos con determinadas empresas, a la vez que Jay Crispin, su socio, podría dar más juego literario. Donde sí logra desarrollar toda su maestría, o al menos esta es más visible, es con el personaje de Paul Anderson/Christopher Probyn y su familia, con esos toques tan british en su forma de vida y en sus maneras, con un guiño en la ambientación de su retiro en Cornualles. Las dudas morales de Toby Bell, su dilema entre su lealtad y su conciencia están correctamente planteadas, aunque, insistimos, no es una de las mejores creaciones de Le Carré. Incluso en la anterior novela, Un traidor como los nuestros, el personaje de Perry Makepeace tenía más aristas y era más profundo en su complejidad que Toby Bell.
    En cualquier caso, la novela se lee con soltura, la trama está bien desarrollada y organizada (incluyendo ese primer capítulo situado en 2008 y que narra la operación secreta) y el desenlace, aunque se intuye desde unas cuantas páginas antes, está bien construido. Y eso es algo que no todas las novelas que se publican en la actualidad pueden decir. Le Carré nunca defrauda, pero no siempre nos lleva a las cotas de sublimidad que alcanzó con Smiley.

    
    

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