Nos envía Inés Tortajada, de 1º de bachillerato, esta información sobre un soneto analizado en clase de Francisco de Quevedo y su revisión, ya en el siglo XX, a cargo de uno de sus más conspicuos admiradores (Borges aparte), Octavio Paz. Ahí va:
Don Francisco de Quevedo |
¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Grande entre los grandes: Octavio Paz |
También debemos nombrar a Octavio Paz, escritor mexicano destacado del siglo XX y un gran poeta y ensayista (El arco y la lira, Los hijos del limo, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe...). Fue además embajador y diplomático y estuvo en 1937 en España, en plena Guerra Civil. Sus obras abarcaron también versiones y traducciones de sus poetas favoritos. Como curiosidad, también tiene una versión teatral de La hija de Rapaccini, de Hawthorne. En sus poemas reflejaba la fusión del tiempo barroco, la naturaleza caída del hombre, etc. El poema en el que mejor hace referencia a Francisco Quevedo es en “Los crepúsculos de la ciudad”, además de la versión que sobre el anterior soneto posee.
Fluye el tiempo inmortal y en su latido
sólo palpita estéril insistencia,
sorda avidez de nada, indiferencia,
pulso de arena, azogue sin sentido.
Hechos ya tiempo muerto y exprimido
yacen la edad, el sueño y la inocencia,
puñado de aridez en mi conciencia,
vana cifra del hombre y su gemido.
Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.
Todo se desmorona o se congela:
del hombre sólo queda su desierto,
monumento de yel, llanto, delito.
sólo palpita estéril insistencia,
sorda avidez de nada, indiferencia,
pulso de arena, azogue sin sentido.
Hechos ya tiempo muerto y exprimido
yacen la edad, el sueño y la inocencia,
puñado de aridez en mi conciencia,
vana cifra del hombre y su gemido.
Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.
Todo se desmorona o se congela:
del hombre sólo queda su desierto,
monumento de yel, llanto, delito.
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